jueves, 3 de mayo de 2007

Borrego, que te quiero "Borrego"...

Terminado el maravilloso puente del "1º de Mayo", volvemos, como no puede ser de otra forma, a la rutina...

Sin embargo ayer, regresando de una fugaz pero sabrosa escapada a la playa, sufrimos aquello que en muchas ocasiones he visto en la prensa, pero que hacía años que no sufría en mis propias carnes: el elemento "atasco".

Y es que poco a poco vamos aglomerándonos muchas personas en las grandes urbes. Demasiadas tal vez. La evolución es la esencia del progreso, por mucho que nuevas corrientes se empeñen en demostrar lo contrario en EE.UU. Y por ello, a la par que nosotros crecemos y evolucionamos, nuestras ciudades crecen y evolucionan. Demasiado tal vez.

En Madrid, por poner un ejemplo cercano y vivido, creo con certeza que sí somos demasiados. Tuve la ocasión de palpar la prueba ayer mismo: 8h30 min de incesante atasco para completar una distancia de 600 km (distancia completada días antes, en condiciones normales, en 5h45 min). Coches, coches y coches. Kilómetros de asfalto coronados por coches, coches y más coches. Del "asilvestramiento" del conductor medio en este tipo de situaciones hablaremos en otra ocasión, pues dicho tema bien merece tiempo y paciencia.

Crecemos y evolucionamos, pero seguimos siendo parte de un todo, un todo que podemos llamar "rebaño". Y es que somos borregos, en el más puro sentido de la palabra. Realmente tuve la sensación, inmerso en tamaño atasco, de no ser conductor de mi destino, sino más bien estar sometido a la voluntad del rebaño, adoptando sus movimientos y asimilando sus iniciativas. Te dejas llevar, porque realmente no te queda más remedio.

Hace años, en los puentes o fines de semana largos, uno disfrutaba de la sensación de vacío que transmitían las calles sin coches, las aceras sin peatones, etc. Últimamente esto ya es imposible, pues uno se va con el rebaño, vuelve con el rebaño y mientras tanto convive con el rebaño. Las carreteras se atiborran de gente huidiza, pero las ciudades siguen conservando tropeles y tropeles de borregos, en contraposición a la calma que antaño acarreaban los periodos vacacionales.

Todo ello sin hablar de aeropuertos, estaciones de trenes, etc. que se convierten en improvisados confesionarios de cientos de miles de viajeros que huyen de una urbe, para "vacacionar" en otra semejante...

Si ya lo decía el poema: Verde, que te quiero verde...

Borrego, que te quiero "Borrego"...